domingo, 17 de febrero de 2013
Situación
De alguna forma u otra, los posteos de más de 3 párrafos, son para ustedes, y los demás, son para mí. Putos.
viernes, 15 de febrero de 2013
Puro sentido común
...Nena, no lloooooooreeees...
Hacía meses que no sabíamos nada de Robert. Lo último que supimos fue que casi mata a un atrevido señorito que cortejaba a su so called girlfriend a botellazos y tarareando una cancioncita (and everybody call him as...). Un poco más tranquilo, y después de unas merecidas vacaciones todo pago en una celda, este monsieur estaba nuevamente paseándose entre nosotros, la gente con miedo de asesinar a otro. ¿A quién queremos engañar con las penas carcelarias? Creer que ayudamos a mejorar a aquellos seres que encerramos en estas jaulas para ex-ciudadanos es como creer que le salvás la vida a un andrajoso viejo semi-ebrio cuando le das el vuelto que tenés en el bolsillo.
Pero no nos desviemos. Robert. Hablábamos de Robert y su brand new libertad de caminar por las calles de esta bella ciudad. Todos estábamos al tanto de las fechas, y sabíamos qué iba a pasar. Lo que no sabíamos era a quién le iba a pasar. ¿Quién de todos los agraciados contactos dentro de la cabeza de Robert iba a ganar (Qué ironía) esta ruleta rusa tergiversada?
Mi día de suerte. Gané. Iupi. Y así empezó la semana en la que maté a Robert.
Los primeros días estuvieron plagados de conversaciones banales y silencios aún más inquietantes. No estoy seguro si él había cambiado rotundamente o si por primera vez lo estaba conociendo. Lo raro es que no era la primera vez que me pasaba eso con Robert. Lo cierto era que vivía sorprendiéndome de mi habilidad de anticipar todos sus movimientos. Cabe aclarar lo minucioso de mis medidas cautelares, no sea que crean que me era indiferente la presencia de (quien todos conocían como) Robert (and his arrow). Lo único que no le revisé de todas sus pertenencias fueron los bolsillos de los pantalones que nunca se sacó (en los que ví que tenía guardada una tarjetita de San Judas Tadeo, con la oración en la parte de atrás). Lejos estaba de creerme su actuación de "renacer espiritual". Yo conocía bien esa mirada. O no. ¿Pero qué importa? Todos sabemos de lo que era capaz. Fue puro sentido común.
Llegado el cuarto día de su estadía, dormir me resultaba imposible. ¿Cómo iba a poder dormir con este ser carente de empatía merodeándome? Igual, no dormir no modificó mucho, la verdad. Reemplacé las horas de sueño por las pastillas que me había recetado el médico para mejorar el rendimiento en la oficina, aproveché que me hacían descuento con la tarjeta.
Al quinto día, casi se me escapa: se despertó a las 8 y cuarto, se comió 6 galletitas de agua con un té común con edulcorante Edulsoft, 2 gotitas, de hecho, y se fue. Caminó 19 cuadras yendo para el centro, y entró en una carnicería con un cartel en el vidrio que buscaban ayudante. Primera señal evidente. Heladeras preparadas para conservar kilos y kilos de carne, bolsas enormes, cuchillas de todos los tamaños, técnicas de corte, todo el pack. De ahí, creyendo ingénuamente que nadie lo veía (lo he visto comerse varios mocos), volvió caminando por dónde había llegado, y a 3 cuadras de llegar a su (mi) casa, entró en un edificio. Como no podía estar muy cerca de él, no pude ver qué timbre tocó, pero por su mano tenía que ser un piso entre el 1° y el 4°, y una letra posterior a, mínimo, D (léase E, F, G, H o a lo sumo, la portería) y se quedó exactamente 21 horas (en ese momento, tenía la teoría de alguna especie de ritual con numerología de por medio, por los tiempos curiosamente exactos que tenían la mayoría de sus acciones no-rutinarias, que luego descarté), tiempo que me permitió notar que no todas las luces se prendieron cuando cayó la noche. Sin embargo, por no descartar que estuviesen con la luz apagada para no ser descubiertos o (un poco menos paranoico de su parte y más verosímil) que estuvieran en alguna otra habitación, decidí ni siquiera tomar nota de qué luces estaban prendidas y qué luces apagadas.
Salió del edificio y volvió caminando a casa. Yo sabía que tenía que llegar primero que él para no despertar sospechas, así que volví corriendo, llegué primero y (des)acomodé un poco las cosas para que pareciese que estuve todo el día en casa. Lo creyó. Creo.
Apenas lo escuché roncar, dejé el teléfono escuchando sus ronquidos, y salí disparado a ver el edificio, obviamente, con el celular en el oído, escuchándolo roncar. Tenía tanto tiempo para averiguar algo como él tuviese ronquidos. Ese rugir de esas fosas nasales disfuncionales era como el tic-tac de algún explosivo de película hollywoodense. Llegué. Después de consultar reiteradas veces la guía, y por mis averiguaciones en internet, desde ya combinado con la lista de posibles timbres, descarté la mayoría y me quedé solo con tres. Los tres, en distinto piso. El departamento de un taxista de 40 años, que hacía más de 20 años estaba afiliado al partido liberal pero nunca fue ni a una reunión, un sacerdote evangelista retirado y un empleado de la carnicería donde fue Robert esa mañana. Apurado por el tic-tac nasal, decidí arbitrariamente las posibilidades y aposté por el posible futuro compañero entre las carnes.
Entrar en el edificio fue fácil, y entrar al departamete 1°F también lo fue. Simple cerradura Watson, nada que una navaja bien afilada y dos clavos de 2 pulgadas no puedan solucionar. Una vez dentro, miré todo lo que se podía sin correr mucho riesgo y me fui sin resultado concluyente, pero con varias teorías sectarias descartadas. Teorías que, replanteándomelas, me condujeron al 3°E,hogar del ex-portador de la palabra de las sagradas escrituras. Otra cerradura simple Watson. En 10 minutos entré y salí. El departamento estaba absolutamente vacío. Nada. Ni un solo objeto dejado atrás. Esto me pareció en exceso sospechoso, desde luego, pero no tenía sentido quedarse ahí más tiempo. Y así llegué al 2°G, hogar del eterno afiliado inactivo. Sorpresa. Tres cerraduras, las tres de blindado reforzado. En este momento en particular, temí mucho: Robert tosió. Ya no roncaba. Sin dudarlo, y cumpliendo las órdenes que me había dado a mí mismo antes de salir de mi (su) casa, volví corriendo, corroboré que estuviese dormida la bestia, me tomé dos pastillas más con agua azucarada y me puse a sacar conclusiones.
Los tres posibles seguían siendo igual de posibles. Necesitaba algún indicio más, indicio que llegó el sexto día. Robert entró en una iglesia evangelista. Bingo. Pasó ahí 3 horas 31 minutos (de 14.08 a 17.39). Salió muy despeinado, y volvió a (su y mi) casa. Entró inmediatamente en su habitación (antes conocida como "el living de mi casa") y no volvió a salir. Aproveché para abastecerme de todo lo que iba a necesitar. Ahí compré las 33 toallas y los bidones de nafta, hice algunos arreglos con la compañía aseguradora, y preparé todo de manera que, a menos que yo mismo lo detuviese en menos de 10 minutos exactos, todo el departamento se prendiese fuego en un instante ardiente como todas las heridas que alguna vez escucharon a Robert tararear esa horripilante y pegajosa canción.
Entré en su habitación. Lo desperté y le pregunté sin miedo en la voz ni en la mirada qué tramaba contra quién. Me miró de manera muy desafiante, aunque con los ojos 90% cerrados. Le dí un codazo en la nariz para que entendiese que ya no le temía. Yo sabía que tenía que salir de ese lugar rápido. Después de tocarse la nariz sangrante atónito, se arrojó sobre mí con violencia, clavándose algunos de los cuchillos adheridos a mi dorso previendo justamente un arrebato de este estilo. Ese arranque de violencia fugaz, disparado claramente por el sentimiento de fracaso por haber sido descubierto, era lo que necesitaba pra confirmar mis peores sospechas sobre Robert y (his arrow) sus planes.
Con Robert retorciéndose en un charco de su sangre y el departamento íntegramente en llamas, cerré con llave (desde afuera, supongo no hace falta aclarar) la puerta de lo que supo ser mi primer departamente. Voy a extrañar ese lugar. Pasaron cosas muy lindas.
Y con ese departamento, se fue mi nombre, mis libros, mis manuscritos, mis instrumentos, mis fotos, mis cartas, mis títulos universitarios, mi pasado, todo. Les dejo esto para que, ustedes, al menos, sepan lo que pasó y no me busquen.
Volveré algún día.
Hacía meses que no sabíamos nada de Robert. Lo último que supimos fue que casi mata a un atrevido señorito que cortejaba a su so called girlfriend a botellazos y tarareando una cancioncita (and everybody call him as...). Un poco más tranquilo, y después de unas merecidas vacaciones todo pago en una celda, este monsieur estaba nuevamente paseándose entre nosotros, la gente con miedo de asesinar a otro. ¿A quién queremos engañar con las penas carcelarias? Creer que ayudamos a mejorar a aquellos seres que encerramos en estas jaulas para ex-ciudadanos es como creer que le salvás la vida a un andrajoso viejo semi-ebrio cuando le das el vuelto que tenés en el bolsillo.
Pero no nos desviemos. Robert. Hablábamos de Robert y su brand new libertad de caminar por las calles de esta bella ciudad. Todos estábamos al tanto de las fechas, y sabíamos qué iba a pasar. Lo que no sabíamos era a quién le iba a pasar. ¿Quién de todos los agraciados contactos dentro de la cabeza de Robert iba a ganar (Qué ironía) esta ruleta rusa tergiversada?
Mi día de suerte. Gané. Iupi. Y así empezó la semana en la que maté a Robert.
Los primeros días estuvieron plagados de conversaciones banales y silencios aún más inquietantes. No estoy seguro si él había cambiado rotundamente o si por primera vez lo estaba conociendo. Lo raro es que no era la primera vez que me pasaba eso con Robert. Lo cierto era que vivía sorprendiéndome de mi habilidad de anticipar todos sus movimientos. Cabe aclarar lo minucioso de mis medidas cautelares, no sea que crean que me era indiferente la presencia de (quien todos conocían como) Robert (and his arrow). Lo único que no le revisé de todas sus pertenencias fueron los bolsillos de los pantalones que nunca se sacó (en los que ví que tenía guardada una tarjetita de San Judas Tadeo, con la oración en la parte de atrás). Lejos estaba de creerme su actuación de "renacer espiritual". Yo conocía bien esa mirada. O no. ¿Pero qué importa? Todos sabemos de lo que era capaz. Fue puro sentido común.
Llegado el cuarto día de su estadía, dormir me resultaba imposible. ¿Cómo iba a poder dormir con este ser carente de empatía merodeándome? Igual, no dormir no modificó mucho, la verdad. Reemplacé las horas de sueño por las pastillas que me había recetado el médico para mejorar el rendimiento en la oficina, aproveché que me hacían descuento con la tarjeta.
Al quinto día, casi se me escapa: se despertó a las 8 y cuarto, se comió 6 galletitas de agua con un té común con edulcorante Edulsoft, 2 gotitas, de hecho, y se fue. Caminó 19 cuadras yendo para el centro, y entró en una carnicería con un cartel en el vidrio que buscaban ayudante. Primera señal evidente. Heladeras preparadas para conservar kilos y kilos de carne, bolsas enormes, cuchillas de todos los tamaños, técnicas de corte, todo el pack. De ahí, creyendo ingénuamente que nadie lo veía (lo he visto comerse varios mocos), volvió caminando por dónde había llegado, y a 3 cuadras de llegar a su (mi) casa, entró en un edificio. Como no podía estar muy cerca de él, no pude ver qué timbre tocó, pero por su mano tenía que ser un piso entre el 1° y el 4°, y una letra posterior a, mínimo, D (léase E, F, G, H o a lo sumo, la portería) y se quedó exactamente 21 horas (en ese momento, tenía la teoría de alguna especie de ritual con numerología de por medio, por los tiempos curiosamente exactos que tenían la mayoría de sus acciones no-rutinarias, que luego descarté), tiempo que me permitió notar que no todas las luces se prendieron cuando cayó la noche. Sin embargo, por no descartar que estuviesen con la luz apagada para no ser descubiertos o (un poco menos paranoico de su parte y más verosímil) que estuvieran en alguna otra habitación, decidí ni siquiera tomar nota de qué luces estaban prendidas y qué luces apagadas.
Salió del edificio y volvió caminando a casa. Yo sabía que tenía que llegar primero que él para no despertar sospechas, así que volví corriendo, llegué primero y (des)acomodé un poco las cosas para que pareciese que estuve todo el día en casa. Lo creyó. Creo.
Apenas lo escuché roncar, dejé el teléfono escuchando sus ronquidos, y salí disparado a ver el edificio, obviamente, con el celular en el oído, escuchándolo roncar. Tenía tanto tiempo para averiguar algo como él tuviese ronquidos. Ese rugir de esas fosas nasales disfuncionales era como el tic-tac de algún explosivo de película hollywoodense. Llegué. Después de consultar reiteradas veces la guía, y por mis averiguaciones en internet, desde ya combinado con la lista de posibles timbres, descarté la mayoría y me quedé solo con tres. Los tres, en distinto piso. El departamento de un taxista de 40 años, que hacía más de 20 años estaba afiliado al partido liberal pero nunca fue ni a una reunión, un sacerdote evangelista retirado y un empleado de la carnicería donde fue Robert esa mañana. Apurado por el tic-tac nasal, decidí arbitrariamente las posibilidades y aposté por el posible futuro compañero entre las carnes.
Entrar en el edificio fue fácil, y entrar al departamete 1°F también lo fue. Simple cerradura Watson, nada que una navaja bien afilada y dos clavos de 2 pulgadas no puedan solucionar. Una vez dentro, miré todo lo que se podía sin correr mucho riesgo y me fui sin resultado concluyente, pero con varias teorías sectarias descartadas. Teorías que, replanteándomelas, me condujeron al 3°E,hogar del ex-portador de la palabra de las sagradas escrituras. Otra cerradura simple Watson. En 10 minutos entré y salí. El departamento estaba absolutamente vacío. Nada. Ni un solo objeto dejado atrás. Esto me pareció en exceso sospechoso, desde luego, pero no tenía sentido quedarse ahí más tiempo. Y así llegué al 2°G, hogar del eterno afiliado inactivo. Sorpresa. Tres cerraduras, las tres de blindado reforzado. En este momento en particular, temí mucho: Robert tosió. Ya no roncaba. Sin dudarlo, y cumpliendo las órdenes que me había dado a mí mismo antes de salir de mi (su) casa, volví corriendo, corroboré que estuviese dormida la bestia, me tomé dos pastillas más con agua azucarada y me puse a sacar conclusiones.
Los tres posibles seguían siendo igual de posibles. Necesitaba algún indicio más, indicio que llegó el sexto día. Robert entró en una iglesia evangelista. Bingo. Pasó ahí 3 horas 31 minutos (de 14.08 a 17.39). Salió muy despeinado, y volvió a (su y mi) casa. Entró inmediatamente en su habitación (antes conocida como "el living de mi casa") y no volvió a salir. Aproveché para abastecerme de todo lo que iba a necesitar. Ahí compré las 33 toallas y los bidones de nafta, hice algunos arreglos con la compañía aseguradora, y preparé todo de manera que, a menos que yo mismo lo detuviese en menos de 10 minutos exactos, todo el departamento se prendiese fuego en un instante ardiente como todas las heridas que alguna vez escucharon a Robert tararear esa horripilante y pegajosa canción.
Entré en su habitación. Lo desperté y le pregunté sin miedo en la voz ni en la mirada qué tramaba contra quién. Me miró de manera muy desafiante, aunque con los ojos 90% cerrados. Le dí un codazo en la nariz para que entendiese que ya no le temía. Yo sabía que tenía que salir de ese lugar rápido. Después de tocarse la nariz sangrante atónito, se arrojó sobre mí con violencia, clavándose algunos de los cuchillos adheridos a mi dorso previendo justamente un arrebato de este estilo. Ese arranque de violencia fugaz, disparado claramente por el sentimiento de fracaso por haber sido descubierto, era lo que necesitaba pra confirmar mis peores sospechas sobre Robert y (his arrow) sus planes.
Con Robert retorciéndose en un charco de su sangre y el departamento íntegramente en llamas, cerré con llave (desde afuera, supongo no hace falta aclarar) la puerta de lo que supo ser mi primer departamente. Voy a extrañar ese lugar. Pasaron cosas muy lindas.
Y con ese departamento, se fue mi nombre, mis libros, mis manuscritos, mis instrumentos, mis fotos, mis cartas, mis títulos universitarios, mi pasado, todo. Les dejo esto para que, ustedes, al menos, sepan lo que pasó y no me busquen.
Volveré algún día.
miércoles, 13 de febrero de 2013
Todo es una mierda, al final, en este blog de mierda
Cuando son textitos cortos, pareciese que no dicen nada. Cuando son textos largos, es imposible que una persona que no habite en mi cabeza lo entienda.
Estoy empezando a creer que lo del túnel no está tan errado.
Este "texto" casi que es claro. Bastante bien, eh, bastante bien.
Estoy empezando a creer que lo del túnel no está tan errado.
Este "texto" casi que es claro. Bastante bien, eh, bastante bien.
Segundos apilados
Piano. Tunel. Rollers. Nieve (¿Keorauc?¿Kerouac?¿Keourac? No. K39o). Rollers. Rancho. Rollers. Peatles. Pob Dylan. Sainte Guchée. Rollers. THC. << J'ai les cheveux poivre et sel >>.
Al menos desperdicio mi tiempo más o menos bien.
Al menos desperdicio mi tiempo más o menos bien.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Pepos
De tanto en tanto encuentro (o encontraba, y quizá vuelva a encontrar) a Pepo en otras personas, otros cuerpos, otras vidas, otras cabezas, pero Pepo al fin.
Lejos de sentirme no-especial, experimento una especie de sentimiento de hermandad virtual. ¿Cómo no sentirlo?¿Cómo no sentir una de las empatías más profundas?
Se llamará Bruno, Lucas, o peu importe cómo se llame. Es un Pepo. Y yo, supongo, quizá, un Lucas, o un Bruno. La cuestión es que somos ese. Somos eso.
Lejos de sentirme no-especial, experimento una especie de sentimiento de hermandad virtual. ¿Cómo no sentirlo?¿Cómo no sentir una de las empatías más profundas?
Se llamará Bruno, Lucas, o peu importe cómo se llame. Es un Pepo. Y yo, supongo, quizá, un Lucas, o un Bruno. La cuestión es que somos ese. Somos eso.
domingo, 3 de febrero de 2013
Es imposible que alguien que no sea yo lo entienda, creo.
Y ahora resulta que Pedro mató a un tipo con un machete. ¡Con un maldito machete! Y con el mismo machete (u otro, ¿quién te dice?) en la mano, se asombró cuando escuchó el tanque australiano. El otro que no rompió el techo y se fue a los gritos. El otro que venía como a 140 km/h e hizo mierda a todos. Así ya es otra cosa. Igual, siempre siguió cocinando, eso se lo tengo que admitir.
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